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Entre canales holandeses

Foto: Kinderdijk, Holanda

Kinderdijk, 11 de julio de 1812

Mientras subía las escaleras del molino, Marjolein, iba pensando en las tareas que tenía pendientes ese día. Se asombraba así misma, por la fuerza que tenía para criar a sus 12 hijos, por la cantidad de ropa que tenía que lavar, por los quilos de comida que tenía que preparar y por las innumerables veces que subía y bajaba las empinadas escaleras. Jamás hubiera imaginado que tuviera tanta energía.

Aún así era muy feliz con la vida que tenía, su marido era un buen padre, un buen hombre y estaba claro que también un buen amante, sus doce hijos eran la prueba.

La familia estaba muy bien organizada, los chicos mayores se iban al campo a ayudar a su padre, las chicas colaboraban en los quehaceres de la casa y los pequeños ayudaban en sencillas tareas domésticas, se reunían con otros niños en una escuela improvisada y  jugaban cerca de la casa. Marjolein, insistía en que salieran fuera y así aprovecharan los rayos solares,  sobretodo en invierno, ya que a las tres de la tarde oscurecía.

Cargada con la colada recién doblada, estaba a punto de alcanzar el tercer piso, cuando le pareció oír unos agudos gritos que venían del exterior, miró por la ventana y se le heló la sangre. Sus hijos más pequeños gritaban mirando el canal y moviendo lo que parecía un palo. Tiró la ropa al suelo, bajó corriendo las escaleras y salió a toda prisa hacia el canal.

Se acercó a los niños y le contaron que el pequeño Pim se había caído y no había forma de que saliera. Se descalzó y sin dudarlo ni un segundo se tiró al canal. Rápidamente notó como el agua la envolvía y un fuerte helor se apoderaba de su cuerpo, a pesar de ser julio el agua estaba congelada, así que no había tiempo que perder. Sumergió la cabeza y abrió los ojos, pero el agua se veía turbia, así que empezó a mover los brazos y las manos, abarcando todo lo que podía.

Los segundos parecían horas, los nervios y el temor a la pérdida del benjamín de la familia empezaban a hacer mella en ella. Hasta que de pronto, palpó un trozo de tela, lo cogió con todas sus fuerzas elevándolo hacia la superficie, hasta que apareció la cabecita rubia de Pim.

Tumbados sobre la hierba, madre e hijo estaban empapados por el agua, ella jadeando por el esfuerzo, él completamente inmóvil. Se levantó de un salto, inclinó de lado el cuerpo inerte de su hijo y le golpeó varias veces la espalda, mientras el resto de niños los rodeaban con los ojos anegados en lágrimas y caras de estupefacción.

Tras varias intentos su hijo seguía sin respirar, Marjolein paró, miró la carita redonda de Pim que empezaba a adquirir un color azulado. Vencida por la situación, levantó la cabeza mirando al cielo y emitió un grito desgarrador que salió de sus entrañas, y se elevó de forma atronadora erizando la piel de todos los allí presentes.

De pronto el silencio sepulcral que se había creado, se interrumpió por una tos burbujeante, la madre miró hacia su hijo y se le iluminó la mirada al ver que abría los ojos y que entre tos y tos, escupía el agua que había tragado.

Cuando todo estuvo controlado y los niños se acostaron, se sentó al lado de la cocina de leña y se quedó pensativa, con los ojos brillantes, recordando lo acontecido aquella mañana, había sido el día más horrible de toda su vida. Unos fuertes brazos la sujetaron por los hombros infundiéndole el calor que su espíritu necesitaba, su marido la abrazó y su cuerpo empezó a descargar la tensión que había acumulado. Unas pequeñas lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas, convirtiéndose en gimoteos descontrolados que la ayudaron a soltar su carga.

Cuando se calmó un poco, él la ayudó a desvestirse, cogió el ungüento que su abuela le preparaba, algunos ingredientes venían de una tierra exótica y cálida, Incienso y Lavanda. Le dio un masaje relajante en la espalda y en el tórax, le puso el camisón y la acostó en la cama apoyándola en su pecho. La acunó como si de un bebé se tratara, mientras le acariciaba la cara y el pelo. Seguidamente oyó como su respiración iba relajándose y caía en un profundo sueño. Madre mía, como quería a su Marjolein!

*Basada en una historia real, el desenlace fue catastrófico ya que madre e hijo murieron ahogados y el padre se tuvo que encargar solo del cuidado de sus 11 hijos. Marjolein es un mombre holandés que significa Mejorana.

Incienso: restablece el equilibrio emocional, combatiendo y reforzando la mente cansada por la ansiedad. Su alto contenido en sesquiterpenos estimula y enriquece la mente ayudando a superar el estrés y la desesperación, produciendo una agradable sensación de paz.

Lavanda: tiene propiedades sedantes, por lo que relaja y reconforta el cuerpo y la mente favoreciendo la conciliación el sueño.

Publicado en Relatos

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